miércoles, 4 de abril de 2007

Los que le ponen el cuerpo a la memoria


“Los que no fuimos”. Calificación s/ LaVoz: Muy bueno. (Córdoba, 2007). Guión y dirección: Paco Giménez. Entrenamiento físico: Graciela Mengarelli. Intérpretes: Marcelo Acevedo, Pablo Altamirano, Walter Garabano, David Gerber, Néstor González, Marcelino Monasterolo, Hugo Olmos, Lalo Orellano, Hernán Rossi y Víctor Trapote. 1:15’. Viernes, sábado y domingo en La Cochera, Fructuoso Rivera 541.

Hay tantas formas de recordar como de hacer teatro. La Cochera decidió hacer un acto de conmemoración poniendo la energía del equipo de Paco Giménez al servicio de los 25 años de La Guerra de Malvinas. Nada menos que eso.

Los que no fuimos arma un relato de a pedazos, opera sobre el imaginario colectivo y ofrece una visión sobre la guerra que los argentinos supimos vivir. 10 actores se reparten unos roles ambiguos, los perfiles de una misma imagen: la del ex combatiente, la del caído, la del soldado, la del inocente devenido en carne de cañón.

Un grupo de hombres canta en el centro de la escena mientras el público se acomoda en las gradas de La Cochera. Suenan canciones de los tardíos 80, el rock que asomaba después de la veda. Un personaje escribe "Malvinas" con una cinta adhesiva en el piso. Sobre ese fondo, surgen uniformes y discursos (Lalo Orellano, a voz en cuello), íconos obvios traducidos al lenguaje teatral en el que la obra va tomando formas diversas.

El acto reviste contornos de instalación móvil, de coreografía; un happening al revés, en el que el humor cruza el espacio como un chispazo necesario pero no se instala. La Cochera se mete en el fresco dramático a fuerza de acción pura y apenas unos textos lanzados lejos, a los gritos. La catarsis toma un sentido épico. Han pasado 25 años y el teatro todavía no habla de esta guerra mal parida por la dictadura.

Actores bien entrenados. Los actores trabajan en escena hasta la extenuación. Graciela Mengarelli, la entrenadora del equipo, ha pedido traspiración y la ha logrado. Como ocurre en las obras de Paco, los elementos entran en un movimiento vertiginoso y los actores surcan el escenario con objetos, al ritmo de la música. Los jóvenes emulan a los que fueron mientras un viejo que no domina su cuerpo ni su lengua, recita La vida es sueño o dice el tango; se abraza a la chata, toma la pastilla: es la decadencia del poder que aúlla y arenga en nombre de la juventud del Duce, la del ‘45. La bronca se ahoga en whisky, en la interpretación de Walter Garabano.

Por el espacio corre agua, viento, un espectáculo circense con un avioncito y su aviador en tamaño natural. Estruja el alma Marcelo Acevedo en su vuelo. La tropa de Paco no para: Víctor Trapote es un casi-niño correntino. No da para reírse. Por debajo de la imagen, fluyen recuerdos y saberes; verdades aprendidas después, cuando ya no sirven. Hugo Olmos crea una Margaret Thatcher de antología, que canta en inglés y no sostiene la dentadura. Pablo Altamirano dice, con las tripas, un texto de Los pichiciegos de Fogwill, sobre el miedo.

David Gerber echa agua, limpia, se moja, se arrastra, empuja, trepa. Marcelino Monasterolo y Hernán Rossi son ‘armadores’ de escenas, sostienen momentos como el del discurso de espaldas, sobre el petróleo en las islas, con lenguaje de tablón. La maratón solidaria; la marcha de Las Malvinas y los uniformes mezclados con vendajes van completando la historia imposible de contar entera.

Un herido deja la última palabra en manos de la poesía. Néstor González escribe en la pared: "No vayas a mi tumba y me llores". Mientras, una señora ofrece chocolatitos para el camuflaje de esos pibes que le ponen el cuerpo a la memoria.

Fuente: www.lavoz.com.ar

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